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EPISODIO VEINTIOCHO

Me tiré al piso empujando a Mía hacia mí. Todo se había vuelto oscuro. La abracé con fuerza, una mano sujetó su vientre plano y la otra se hundió entre sus tetas. El hombre, su padrino, parecía buscar entre sus cajones algo. Supuse que un arma. Giré hacia un costado arrastrándola y chocamos contra una pared. Su cabello cayó sobre mi cara, un aroma a dulces opciones me inundó de repente. Más disparos. Esta vez más cercanos. Luces de emergencia. Apenas un tinte azulado. Apreté mas fuerte a Mía. Uno de sus pechos quedó bajo mi mano, podía sentir su pezón duro y firme. Sus piernas se enredaron en las mias y quedamos cuerpo a cuerpo, apoyándola por detrás. Su corazón latía fuerte. Yo no daba a basto para tenerla. Más disparos. Gritos. Y cristales rotos.

El padrino de Mía grita:

_ Quédense acá, no se muevan…

Su cuerpo contra el mío. Mis manos que aprovechaban para recorrerla, sentí sus pechos, su vientre, me aventuré más y acaricié los bordes de la locura. Como nada dijo avancé hacia delante y mis dedos se entrelazaron sobre su vagina. Por fin. Entré en su pantalón y me esperaba un suave rincón húmedo, sus labios se hicieron dulces caminos y su orificio el destino final. Mi boca buscó la suya en la oscuridad del momento y fue recibida por una lengua que invitaba a más. Me sumergí en ese sabor a incertidumbre, sus brazos me rodearon con fuerza y me arrinconaron mas áun contra la pared, mientras sonaban mas disparos levanté su remera y lamí sus pezones rápidamente, un sabor salado inundó mi boca. Una de mis manos siguió buscando en su entrepierna. Hasta que ella dio por terminado todo.

_Basta, por favor... pará de una vez.

Y tenía razón, en el piso de abajo parecían estar recreando el final de Rambo, disparos y más disparos retumbaban sin respiro. Teníamos que hacer algo, juntos, encadenados, huir de ese lugar. Supe profundamente que todo ese estruendo debajo tenía que ver con nosotros. La levanté a Mía por la cintura y le grité: _ ¡Vamos! Salgamos, tenemos que salir…

_ ¡No! Esperemos a mi padrino.

_ ¿Escuchás? Ese infierno de abajo viene por nosotros…

Una ráfaga de disparos culminó con un grito humano, no necesitábamos el replay para saber lo que ocurría.

Pareció por unos segundos que dentro de su cabeza se debatiera si huir o no.

La tiré del brazo que nos unía y pareció reaccionar. Corrimos agachados hasta la puerta. Las luces de emergencia sólo iluminaban débilmente los pasillos y escaleras, vi agazapadas dos sombras humanas armadas deslizarse hacia abajo. Giramos lejos de la escalera por las dudas y en camino contrario al tiroteo nos chocamos con nuestro anfitrión, estaba arrodillado con un celular en la mano dirigiendo la ofensiva de sus hombres, parecía un general que no daba la batalla por perdida. Nos miró sin sorprenderse y nos empujó hacia el fondo del pasillo.

_ Sigan por acá que hay una salida de emergencia. Rajen como puedan…

Nos acompañó a los empujones, yo mientras me preguntaba que habíamos ganado con venir a este lugar… Mía me llevaba a su antojo, los fogonazos de las armas al ser disparadas iluminaban intermitentemente, el aire apestaba a pólvora quemada. Corrimos por un pasillo alfombrado y atravesamos una puerta angosta, descendimos por la escalera y salimos a la calle, pero no en el frente del local, sinó que a la vuelta de la esquina. Una vez fuera y en contacto con el aire parecía otro mundo, como cuando uno sale de un boliche.

_ Necesitamos un móvil…- Mía tomó la iniciativa.

El hombre contrariado buscó en sus bolsillos y sacó un juego de llaves.

_ Mi moto está en el frente… ahijada mía, creo que estás parada en el lugar al que siempre tu padre no quiso que llegaras.- Sacó una pistola y se la entregó con cuidado.

_ ¿Al de la verdad?

_ La verdad se puede volver mentira en un abrir y cerrar de ojos. Sólo hay que estar atento a ese momento.

Se miraron con ternura.

_ ¿Vos estás con Legión?

Bajó la mirada y levantó las palmas de las manos. Culpable.

Mía me miró y comenzó a correr hacia la esquina. Como seguíamos encadenados no me quedó otra que seguirla. El hombre parecía abatido, pero giró y de un salto entró de nuevo en el edificio.

Pegados contra la pared giramos la esquina y vimos el frente del local. Una camioneta Toyota estaba cruzada sobre la vereda y contra la puerta. Se veía un cuerpo tirado debajo de ella. Nos acercamos a los pedos donde estaba la moto. Era una de las grandes. Mía subió de un salto, yo tuve que abrir mucho las piernas. Como la que iba a manejar era ella se arrimó bien hacia delante, contra el manubrio. Tuve que estirar un brazo y cruzarlo sobre su hombro para que ella lo alcance sin problemas, quedó tan apretada a mi que olvidé al instante los disparos que se escuchaban de fondo. La puso en marcha y aceleró con absoluto control de la máquina. Me aferré a su cuerpo en forma obscena. Giró usando su pierna de eje y nos largamos a la huida. Por la otra esquina ví girar dos móviles pintados en negro y marrón. Legión. Fue apenas un instante porque giramos por donde habíamos llegado e hicimos abandono de lugar.

No me gustaban las motos. Y mucho menos a la velocidad que íbamos. Mía parecía saber lo que hacía pero no me garantizaba nada. Sólo sentía el viento revolotear nuestros cabellos, ni casco llevábamos. Iba montado como una mochila sobre el cuerpo de Mía. Era su capa protectora. Miró hacia atrás y dijo cansada:

_ Ahí vienen. La puta madre.

Ahí venían, Legión, detrás nuestro, como siempre, hasta el final.

La moto aceleró y maniobró con soltura para tomar un bajo nivel, aceleramos y salimos del otro lado del túnel, esperando que nadie nos siguiera. El reflejo de luces de sirenas rojas nos encandiló cuando dos autos tomaron la avenida en la cual veníamos. Iban tras nosotros. No había duda. Éramos su presa.

_ ¿Y ahora? – Grité.

Como respuesta me pasó la pistola.

_ Cuando se acerquen tirales.

Sonaba fácil. Ellos se acercan y yo les tiro. Casi nada. Después cada uno a su casa y listo, para qué joder, pero no. Esto es una historia donde la vida no vale nada. Cada uno de nosotros vivimos impacientes por algo mejor. Nos engañamos con hechos sociales que todos aplauden. Planeamos un mañana. No creemos en milagros, pero esperamos uno ansiadamente. Sólo una mano poderosa cambiará nuestras vidas. Uno de los autos de Legión se acercaba con movimientos cruzados, de una de sus ventanillas comenzaron disparar.

_ Contestale che, dale, tirá…

Estiré el brazo y apreté el gatillo dos veces, traté de apuntar a las figuras que apenas veía dentro del auto. Estalló el parabrizas y redujo la velocidad. Pegó un sacudón y aceleró nuevamente. Abrí fuego otra vez, el arma se sacudía en mi mano como si tuviera vida propia, a decir verdad apenas si apuntaba al blanco, ya era dificil disparar exitosamente mucho más hacerlo con una sola mano. Por suerte Mía parecía saber lo que hacía, subió a un cordón se metió en una plaza pública, esquivamos un tobogán y todo. Bordeamos una pequeña fuente y salimos del otro lado, donde tomamos una calle angosta y recubierta todavía de adoquines. Temblaba todo como si el mundo se sacudiera en su furia contra nosotros. El auto hizo el mismo camino pero mas despacio así que ganamos terreno, distancia. Apunté con mi arma y presencié el justo momento en que aquella camioneta Toyota que había visto contra el frente del club swinger se lanzaba contra los muchachos de Legión. De su interior brotaban llamaradas de balas. Chocaron en un costado y siguieron avanzando hacia nosotros. Como dos bestias pegoteadas chocaban entre sí, mientras se disparaban sin tregua.

Imaginé así quien vendría en ella.

Las trompas de los vehículos se frotaban tratando de detenerse en forma mutua… por la fuerza.

_ Es Adolfo.- Confirmó Mía.

_ Ya lo sé.






Continuará…


 
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