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EPISODIO UNO

Camino inclinado fuertemente hacia el costado derecho, con una mano presionando la herida. El mundo se me iba de la razón al igual que la sangre escapaba de mi cuerpo. Dejo grandes charcos rojos sobre la vereda. Presiono aún más con mi mano pero sé que es inútil mi intención de seguir caminando como si nada ocurriera, los que pasan a mi lado se corren hacia los costados horrorizados. Pero no apartan los ojos de mí. Soy la noticia de la mañana. Joven muerto sobre la calle deja reguero de sangre. Un feo titular para una mala noticia. Es muy extraño sentirse morir. Después de cada respiro puede no venir el que le sigue. Las baldosas de la vereda son mi último paisaje. Busco el sol con la mirada. Si, el sol. Es algo lindo para mirar mientras se muere, pero los edificios me lo tapan. Maldita sea. Duele. Duele en la carne y en la mente, en cada momento vivido. Y en el que no se va vivir. Cuanto más se razona más miedo se tiene y de lo profundo de uno aparecen esas cosas que uno dejó en la oscuridad para no volver a ver. De qué sirve ahora hacerlas concientes. De nada. En estos últimos momentos en realidad nada sirve de nada. Dios. Mamá. Amor. Orgullo. Dinero. Elegí la que quieras, aférrate a ella, y saltá al vacío. Mientras el agujero que tengo en el tórax escupe mi vida nada importa. Solo un lugar cómodo para dejar mis restos mortales. Un lugar para el último aliento. E intentar no sucumbir a la tentación del arrepentimiento, en comenzar a replantearse cada decisión tomada. Evaluar posibilidades del pasado es como querer leer un libro de atrás hacia adelante. Insensato y estúpido. Nada va a cambiar. Todo conduce al presente. Sé la verdad. Conozco el futuro de la humanidad. Por eso ahora desangro públicamente ante la escandalosa mirada de todos. Al final era cierto eso de que una bala lo calla todo. Quisiera gritar. Pero temo que eso sea peor. Que lo haga más doloroso. Busco entonces imágenes que me den aire. Dulzura. Calor en este momento desolador que se explaya ante mí como una pantalla de cine, en la cual noto que se acerca el fin del rollo. El final. La muerte del héroe. Todas las esperanzas volcadas sobre sus espaldas en vano. Su derrota precipita toda identificación del espectador con el protagonista a la basura. Busco algo que me mantenga cuerdo. Para no entrar en pánico y no llorar como un chico. Me estoy muriendo. Pero tampoco uno tiene que dejar una imagen lastimosa. Además no quiero que todos estos estúpidos ilusos me vean sufrir. Corren hacia la vereda de enfrente ahora que notan que no camino así por estar borracho. Si. Estoy herido. De bala. Y vengo dejando sangre desde hace dos cuadras. Pero hasta acá llegué. Se me doblan las piernas. El dolor es insoportable. Contra ese puesto de diarios. Si. Es un buen lugar. Por lo menos puedo apoyar mi espalda. Ahí está. Más cómodo. No corra señora se va a caer. Además no pienso hacerle nada. No soy un delincuente. Siento fuego en la herida. Y frío en el resto del cuerpo. Me desangro. Cuando decidí involucrarme en esta locura tendría que haberme imaginado este final. Un secreto como el que llevo tiene su peso. Esa gente no va a permitir que no se lleve a cabo su plan. Aunque les cueste mil muertes.

Pero también están sus ojos. Conocer su boca. Su piel. No puedo renegar de eso. Este camino me trajo hasta acá. Pero también me hizo llegar a ella. Me condujo a ese sabor amargo tan delicioso que dejaba cada acción suya. Su mirada destrozaba. Y sus labios me reconstruían. Conocerla y haberla amado era reconocer que no se puede escapar al infierno. Mía. Me falta el aire. No tengo que toser. Eso podría contribuir a expulsar más rápido la sangre que me queda en el cuerpo. Para qué apurarse. Quiero volver a imaginarla una vez más. Lamento no volver a verla. Y también lamento que al final después de todo no pueda escribir esta historia. Era lo más importante que hubiese hecho en mi vida. Al fin tuve la oportunidad de cambiar al mundo con mis palabras. Qué lástima. Morirse así como un perro. Tirado en la calle. No me reconforta demasiado saber el rol que cumplimos en este mundo. Mientras que todos nosotros imbéciles creemos que valemos algo, no nos damos cuenta que los hechos cotidianos se entretejen en un lugar que nos es vedado. Que todas nuestras conductas nos las dictan al oído sin que lo notemos. Tenía las pruebas. Pero lo arruiné. Lo arruinamos. Como siempre ha ocurrido en la historia. La imbecibilidad del hombre es por sobre todas las cosas su pulsión más fuerte. Lamentarse ahora es tarde. Recuerdo su voz. La voz más dulce y mentirosa que haya nadado por estos aires. No voy a llorar. Ni por ella ni por mí. Ni por todos esos idiotas que al igual que yo van a morir para que la historia siga su curso. Escucho una sirena que llega a lo lejos ¿Será una ambulancia o la policía? No quiero que me muevan. Déjenme acá sentado quiero morir a solas con mi mente. No en un hospital rodeado de gente rara corriendo a mi alrededor. Quiero recapitular cada hecho. No por arrepentimiento. Para poder mantenerme aferrado a mí mismo. No olvidarme quien soy y morir con la certeza que no soy quien no quiero ser ¿pero quién soy en realidad? Están cerca… ya llegan… ¿o serán ellos? ¿En quien confiar? Cualquiera puede ser parte de esta trama embustera. Voy a intentar volver al principio. Al menos al principio de mi final. Hace apenas algunos pocos días atrás.

Mi vida se deslizaba por los carriles inciertos de la normalidad cotidiana. Mi nombre es Juan Bautista. Soy lo que ahora se llama un escritor fantasma. O escritor oculto. Me pagan para darle forma escrita a la voz de otros. No tengo grandes trabajos. La autobiografía de un par de ex futbolistas y un boxeador, la historia escueta y sencilla de una sociedad de fomento barrial, unos cuantos anónimos con los que se agasaja a algún particular en su cumpleaños, y a un abogado que defiende a los consumidores le escribo los artículos que semanalmente salen en un periódico local de fuerte inclinación evangelista. Y a través de un amigo dueño de una funeraria ofrecemos por unos pesos más adicionales al servicio un discurso de adiós, se le ocurrió a él para darme una mano y la verdad que la gente lo pide bastante, me dan información del difunto y lo despedimos a lo grande. Pero como bien lo dice la palabra fantasma, nunca se me ve. Sólo soy el nexo entre los pensamientos de otro y el papel. Digamos que no me doy la gran vida pero al menos hago lo que me gusta. O gustaba. Asumiendo que estos son mis últimos momentos me cuesta decidirme por la conjugación de verbo correcta. Vivía en un departamento de alquiler barato, y debo aclarar que me encontraba recién separado de mi novia Mónica. Mejor dicho recién abandonado. Ella era abogada. Con un futuro brillante. Tan, pero tan brillante que las cosas que amaba de mí se volvieron opacas. A eso sumado que la impronta laboral del derecho vuelve a la gente desalmada y nebulosa, dio como resultado a que los cinco años de novios y dos de convivencia concluyeran con un profundo abismo de silencio, y con una nota sobre la mesa que ni vale la pena detallar, a modo de agradecimiento por lo vivido, o tal vez la culpa cristiana que alguna vez tuvo, me dejó su parte del dinero para los restantes dos meses de alquiler que faltaban para concluir el contrato. De esa fecha en adelante o cambiaba mi suerte o a dormir con los cajones en la funeraria de mi amigo Santiago.

Así estaba, empastado al fracaso.

Miraba el techo. Con la intención de organizarme ¿pero cómo organizarse cuando uno mira alrededor y lo único que encuentra son vacíos? Para poder entender cómo es que termino así es importante no olvidar que me encontraba desahuciado, eso, siendo bondadoso conmigo. Pensaba en qué momento de mi vida había tomado la curva equivocada llevándome a ese lugar, a ese momento, y a esa posición, mirando ese techo de mierda y deseando que se me viniera encima de un puta y soberana vez. Es ahí cuando comienza a llamar mi teléfono. Clientes no podían ser. Me apresuré, tal vez era ella. Pero no.

_ ¿Quién es?

_ Hola Juan, habla Adolfo. Tu tío.

Mi tío Adolfo. No lo veía desde hacía más de… muchos años, ni siquiera recuerdo cuantos. Hermano de mi viejo. No estuvo en su velorio. Papá había muerto en un accidente. Se le había cruzado un caballo en la ruta y terminó hecho una bolsa de carne machucada y huesos rotos, tanto, que en su velorio solo vimos el cajón cerrado. Yo era muy chico apenas si mantengo tenues imágenes del momento.

Me quedé mudo.

_ Tengo que verte.- Lo dijo en tono cordial y amistoso, como si nos viéramos todos los días, cuando en verdad era casi un desconocido para mí.- Hay un trabajo que podés hacerme. Te voy a pagar muy bien.

Un frío me corrió por la espalda. Y un mal presentimiento me secó la boca.

_ Pero Adolfo… ¿Qué trabajo? Yo sólo escribo…

_ Ya sé, ya sé, por eso te llamo, no espero otra cosa de vos.

No sabía si me elogiaba o insultaba. El punto es que al otro día nos encontramos en un bar cerca de mi antigua casa, donde había crecido yo. Me senté junto a una ventana para verlo llegar. Pedí una cerveza. Me la trajeron con una pequeña picada, como corresponde a las buenas tradiciones. Total tendría que pagar él.

Llegó en un auto grande, gris e importado.

El también era grande, no gordo, grande tipo oso. La verdad es que no lo recordaba, tenía si cierto aire a mi viejo pero muy poco…

Entrecerró los ojos para ver dentro del bar y levantó la mano a modo de saludo. Miraba hacia todos los costados, como reconociendo el lugar. Una vez dentro sólo me saludó con un frío apretón de mano. Lo extraño era como me había reconocido.

_ Lindo auto.

_ No es mío, me lo prestó un amigo. Sé que te parecerá extraño, después de tanto tiempo… pero creo que lo que voy a ofrecerte es una gran oportunidad, entiendo que te dedicás a escribir.

_ Sí, pero nada a mi nombre, sólo escribo para otros que no pueden hacerlo. No entiendo que tiene que ver con vos Adolfo. O tengo que llamarte tío.

_ No, tío no. Me hace sentir muy viejo… estás grande che, ¿te casaste?

_ No tío.

_ Pero tendrás novia…

_ No tío. Estoy solo.

_ ¿Y de plata como andás? Calculo que este trabajo no deje tanto.

_ Ahí ando…

_ Mirá, entonces no podes decir que no…- Buscó en el bolsillo de su campera y sacó un puñado dólares.- tomá, seis de los grandes, a modo de adelanto, habrá más con el correr de los días.

Los agarré en un acto reflejo, más bien en un acto desesperado. Para cualquier ciudadano medio un billete de cien era uno de los grandes.

Lo miré serio, como si fuese el diablo que me ofrecía la solución a todos mis problemas… ¿a cambio de qué?

_ ¿Qué tengo que hacer?

_ Escribir. Por eso te busco.

_ ¿Escribir sobre qué?- Me transpiraban las manos, no sé si de miedo o emoción.

Me sonrió como seguramente sonríe el diablo cada vez que sabe que se sale con la suya.

_ Vas a escribir lo que está aconteciendo aquí y ahora, una verdad que solo unos pocos saben, y va a cambiar la historia de la humanidad por siempre.

Me serví hasta bien arriba el vaso de cerveza y lo vacié de un sólo trago.


Continuará…
































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