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EPISODIO VEINTIDOS

Con la presencia de Mía digamos que me empezó a interesar un poco más todo. Sé que toda la historia sonaba ridícula. No había lugar para un mesías en el mundo de hoy, a pesar que todos esperabamos una salvación espontánea. Aquellos murmullos repetidos en cualquier iglesia fueron correspondidos. El mundo iba por un sendero lleno de malas ideas, había que guiarlo en la dirección correcta, ya que estábamos empantanados en un futuro para pocos. Somos sonrisas esperando un cambio ¿Cómo negarse a creer en ellas? Nos mienten. Nos engañan. Nos hacen creer que todo se soluciona con una sonrisa. Lo que hay detrás no importa, así se soluciona todo hoy, haciendo de cuenta que el tiempo no es importante. En definitiva vivimos sin darnos cuenta. La muerte nos llega como una desgraciada sorpresa. Fingimos desinterés al final que a todos nos llega, pero es mentira. La vida es lo único que tenemos. Nada más.

_ ¿Estamos siendo usados?

Adolfo lo preguntó dolido, casi avergonzado de no haberse dado cuenta.

_ Tal vez… - Mía me sonrió mientras acudía en mi ayuda, caminó rápidamente y sus pechos rebotaron llamándome, los miré fijamente, ella se dio cuenta pero pareció no importarle.- …es cierto, intentan involucrarnos por algún motivo.

Hubo un silencio aplastante.

Sólo miradas.

_ Puede ser que tengan razón.- Adolfo fue en busca de su bolso y comenzó a revolver dentro. Parecía molesto ante la idea de que sólo seamos fichas en un tablero.- Supongamos que sea así… que nos metieron a propósito ¿para qué?

Mía me apuntó con sus ojos para que respondiera, la imaginé desnuda, sobre mi cuerpo, y gimiendo de placer.

_ Ni idea, si somos parte del plan nos cagaron, así de simple.

Adolfo continuaba escarbando en su bolso, al fin sacó un par de esposas, nos miró sin compasión y dijo:

_ Lo lamento, voy a tener que esposarlos… tengo que salir, pero no puedo dejarlos con posibilidades de huir. Sólo serán unas pocas horas.

Dentro de mí la alegría era tal que estaba a punto de desbordarme, me controlé y me hice el ofendido. Mía hizo lo mismo, con mas énfasis que yo por supuesto.

_ Nos podés hacernos esto.

_ Es un rato nada más, tampoco es tan grave.

Con una experiencia que sólo dan los años Adolfo tomó uno de los brazos de Mía y sobre su muñeca cerró la esposa, la arrastró hacia mí a los empujones y luego cerró la esposa en mí, a partir de ese momento estábamos unidos, ¿ que más podía pedir? Levanté el brazo y Mía hizo lo mismo. Estábamos parados uno frente al otro, prisioneros, una cadena de apenas poco centímetros nos separaba.

_ Tengo que irme, necesito que se queden guardados, que ninguno se mueva, y para eso son las esposas, sólo son un par de horas. Juan, mirame, escuchá bien lo que te digo, no confies en ella, por nada en el mundo te dejes engañar, todavía no sabemos de qué lado está. Antes de hacer algo esperá a que vuelva.

Me sentí como un chico de siete años al que le explican como cruzar la calle.

Mía sacudió su brazo como si con eso bastara para liberarse. Yo la acompañé en los movimientos porque no me quedaba otra, mientras, rogaba que todo continuara igual.

Traté de parecer consternado ante la situación, pero en realidad estaba encantado.

Adolfo se dirigió hacia la puerta y repitió:

_No me queda otra que encerrarlos acá porque no confío en ustedes. Hasta que no vuelva van a tener que estar esposados, para evitar que alguno decida rajarse… ¿está claro?

_ No creo que sea necesario.- Objetó Mía, pero ya era tarde. La decisión estaba tomada. Mi tío caminó hacia la puerta, agarró las llaves que estaban en la cerradura y se fue, me pareció ver que antes de abandonar el departamento me guiñó un ojo.

Se cerró la puerta con fuerte golpe. Estábamos los dos parados en silencio. Encadenados. Atrapados e inseparables. Me latía el corazón como hace rato que no lo hacía, no quería mirarla ni siquiera, me quedé quieto tratando de no exigir mucho la cadena que nos unía, ella forcejeaba en vano, estábamos solos, al fin solos.

Me miró vencida, algo enojada, pero al fin asumiendo su triste realidad, esposada a mí, sujeta por la fuerza a mi cuerpo.

_ ¿Y ahora?- Preguntó.

¿Qué se puede decir en esos casos? Puse mi cara de pobre tipo e inocentemente la arrastré hacia la cocina, tomé un vaso de agua mientras ella maldecía una y otra vez a mi tío, tomé un largo trago. Mi brazo esposado rozó accidentalmente su cuerpo, sentí su figura de mujer con apenas unos pocos contactos. Dejé el vaso en la pileta y la miré a los ojos. Me miró. Su enojo no había desaparecido. Apoyé mi mano sobre la mesada, por lo tanto lo mismo hizo ella. Quedamos a poca distancia uno del otro. Sentí su respiración agitada.

Traté de llevar calma a la situación.

_ Podemos ir al sillón, a esperar.

No quedaba otra, esperar.

_ Quiero ir al baño.- Lo dijo casi avergonzada.

Giré la cabeza para mirar hacia el baño, y luego volví hacia ella. No parecía difícil. Al menos para mí.

_ ¿Cómo querés que hagamos?

Su cara se tiñó de rojo mientras buscaba una solución, yo era todo ebullición disimulada, estaba a punto de estallar.

_ La puta que los parió… ¿te parece? Esposados… no lo puedo creer…

Puse cara de indignado pero la verdad es que no podía estar más feliz.

_ Tratemos de tomarlo con calma… sólo van a ser unas horas…

_ ¿Estás seguro? ¿Y si desaparece? ¿Y si nos deja acá encerrados?

_ Va a volver… no tengas dudas… lo importante es lo que hagamos nosotros…

Primera señal. No supo que responderme.

_ No te hagas ideas… quiero ir al baño.

_ Te acompaño.

_ No entres conmigo, necesito intimidad.

Cualquier palabra que utilizara me excitaba, la caída de su cabello me excitaba, su mirada firme me excitaba, su voz me excitaba. Tenerla tan cerca provocaba que mi cuerpo temblara, si no existiera la moral saltaría sobre ella y la haría mía. Pero lamentablemente no soy de ese tipo así que insistí en lo que me interesaba.

_ No hay drama, me quedo junto a la puerta.

Fuimos hasta el baño, entró, se sentó en el inodoro con el brazo estirado, la puerta sin cerrar y del otro lado de la cadena yo, con el brazo estirado hacia dentro. Comenzó a escucharse como caía un pequeño chorro, burbujeante. Mientras ese sonido bañaba mi cabeza imaginé su fuente divina, eso que escuchaba era un canto dorado. Estaba ahí al alcance de mi mano, el sonido era dulce y prolongado, no quise interrumpir. Se me estaba parando, el eco del baño amplificaba la acción, si me asomaba seguro se enojaba así que guardé la forma, pero después de esto éramos casi íntimos.

Salió del baño mirando hacia abajo, pero al parecer mas tranquila. Se detuvo frente a mí, acercó su cuerpo al mío para que las esposas no estén tan tirantes. Sus pechos casi me tocaban. Su boca articulaba palabras que yo no escuchaba. Sólo tenía dos opciones, o la acechaba ahí mismo mientras no podía escapar o dejaba que todo siga su curso. Ser sólo un pedazo de carne esposado a otro delicioso pedazo de carne.

_ Mía…-Murmuré. Luego hice un silencio que en verdad decía muchas cosas.

_Así me llamo.- Lo dijo en voz baja, tenue.

_ No es tu nombre lo que pronuncio, es mi deseo nomás, quiero que seas mía.

Mis brazos la rodearon, con cadena y todo.

_ No confíes en mi nombre, no soy de nadie.

Sus ojos quedaron frente a los míos, brillaban cómplices, dándome chances, invitándome al festín. Estaba seguro que tenía permiso de aterrizaje. Su boca parecía abrirse para que mi lengua llegara, y así fue, nos chocamos en un enfrentamiento de bocas salvajes, su saliva me inundó mientras me frotaba contra ella. Intentaba aferrarme a cada emoción que mi cuerpo emitía, intentaba no perder el ritmo, mi boca era un agujero negro que se abría cada vez más. Por momentos nuestras lenguas se frotaban en el aire, traspasando la barrera del beso. Sostuve su labio inferior entre mis dientes y sus ojos se entrecerraron levemente y dejó escapar un leve gemido. Breve y seco. Era la señal, quería decir que esperaba más de mi. Caimos contra la pared, mi mano libre buscó sus pechos, la otra, estudiaba como poder hurgar entre sus piernas, nos retorcimos ruidosamente, no sabía si dejar de besarla y arrojarme a su cuerpo o seguir disfrutando de su lengua. Cuando mi mano al fin encontró su pezón erecto y ví como su cara se transformaba de placer supe que ya era demasiado tarde. Estaba perdido.



Continuará…


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