top of page

EPISODIO DIECISÉIS

  • losusados
  • 21 jul 2017
  • 6 Min. de lectura

Tuve que resignar a Mia en pos de mi trabajo, necesitaba información. Ya había visto bastante como para saber en qué aguas nadaba. Adolfo sabía más de lo que me decía, seguro, pero cómo seguir esta trama sin saber el motor que la mueve.

_ Está bien, vamos, pero contame todo.

Guardó silencio, me miró un instante. Acusándome vaya uno a saber de qué.

_ Es lo justo, necesitás saber, pero vamos ya, acá corremos peligro.

Peligro. Es un término que todos ignoramos. Toda nuestra vida flota en el peligro sólo que no lo asumimos, por más común o incierto que sea el mundo es lo suficientemente jodido como para darnos cuenta que la gran mordida caerá de golpe. No nos dará tiempo a nada, ¿recuerdos?, nada ¿proyectos?, nada, era el fin. Todas las preguntas que podría haber hecho ahora cobran sentido. ¿Pero para qué? ¿Para confirmarme que estoy muriendo? Todos morimos sin saberlo, ahora lo sé, veo mi sangre correr como si fuera un simple artificio, no significa nada, ni ese dolor profundo, ni la pérdida de fuerza, todo está normal, no hay por qué preocuparse, de nada importa ese agujero que llevo en el vientre. Sólo es el punto final.

No había tiempo que perder. Tenía que elegir: o perder el tiempo o perder a Mía. Adolfo caminaba rengueando su herida, se dirigió hacia el living del departamento, supuse que esperaba que lo siguiera y así lo hice. La hembra que tanto deseaba nos esperaba en silencio, su mirada acusadora incomodaba como rasguños en el pecho, movía sus manos rápidamente en forma nerviosa. Yo intentaba adivinar si ella quería que me vaya, o que me quede. Sus ojos me miraron. Noté que su boca temblaba. Noté su miedo. Bajé la mirada y dije:

_ Va a ser mejor que nos vayamos. Para todos. O sea, para vos y para nosotros.

Adolfo agarró su bolso negro mientras se quejaba por lo bajo, se tomaba con la mano la herida, y me miraba de reojo. Para asegurarse que yo hiciera lo correcto.

_ ¿Y si necesito encontrarlos?

_ ¿Para qué querrías encontrarnos? –Interrumpió mi tío.- De ser necesario nosotros te encontraremos a vos.

_ No te olvides que yo te pagué para que entres en esto.

_ Ya estoy dentro, si querés te devuelvo el dinero.- La miró con una frialdad que me preocupó. Yo ya moría por ella. ¿El sería capaz de matarla?

Un silencio frío e incómodo se postró entre nosotros.

_ No quiero eso… sólo me gustaría saber un poco más.

A mi tío se le contrajo el rostro, en una expresión al parecer sincera, honesta, humana.

_ Creo que la búsqueda de ese saber metió en problemas a tu padre. Así que quedate tranquila, sea lo que sea que le haya pasado vamos a descubrirlo.

_ No confío en vos Adolfo, como tampoco confío en él…- Me señaló, y quise llevar ese dedo a mi boca.

_ Tu viejo confiaba en mí, por eso pidió que si algo le ocurría me contactes, y por este tipo- Este tipo era yo.- respondo a medias uno nunca sabe… aun así creo que no habrá problema con él… ¿entendiste?

Se produjo otro silencio, mas incómodo. Adolfo le había agregado tono y fuerza a su voz, parecía que algo dentro de él estaba por estallar.

Decidí interrumpir para descomprimir un poco.

_ Si estamos del mismo lado parece… ¿Por qué tanta tensión che? Déjense de joder… todos juegan al misterio pero a mí nadie me avisó que el juego era ese. Están todos contra todos ¿y yo que remera me pongo?

_ La que te paga… o sea yo… vamos.

Y qué ciertas son las palabras de aquel viejo sabio oriental, cuando vendes algo de tí, vendes todo de tí.

La miré para despedirla. Pero quería que supiera todo lo que dentro de mí había provocado. Así que esperé que Adolfo saliera al pasillo y le dije, al pasar:

_Estoy de tu lado, cualquiera que sea éste.

Me lanzó una mirada que no supe clasificar, rozaba la indiferencia, bordeaba la incomprensión, pero rebozaba en dulzura. O eso al menos creí yo.

Bajamos en ascensor sin dirigirnos palabra alguna. En la calle lo miré sombrío. ¿Y ahora? Caminamos cuadras abajo, cada esquina era una posible trampa, mirábamos hacia todos lados esperando lo peor. Sentí por primera vez en mi vida ese miedo racional, no el que te ocurre ante un evento inesperado, furtivo, este miedo del que hablo es el que aparece cuando aún nada ocurre, pero uno sabe que en cualquier momento las cartas cantarán el fin. Y ese momento aún inexistente se te pega al paladar, haciendo que cada trago de saliva tenga ese sabor a rancio del vino picado. El sabor de la desgracia, de la muerte. Mil años de desdicha a aquel que beba de un vino desgraciado, por eso la costumbre esa de que el dueño de la mesa pruebe primero un sorbo del vino que se sirva, para no arriesgar la salud del resto de los comensales. Pero hablaba de mi miedo, y del vino, y de mujeres. Temí morir en una esquina cualquiera. Y pensé en ella. Mía. Dios, qué ojos, qué boca… mi vida cobraba sentido ahora. Era ella, sí, y ella también lo supo, lo noté apenas me miró. Y sus manos nerviosas. ¿Qué estaba haciendo yo dándome a la fuga con mi tío mientras esa mujer estaba sola y asustada en su departamento? Cumplía órdenes. Ahora era un soldado. Mercenario. El mono que baila por el billete. Como todos. ¿Qué no haríamos por plata? Mejor dicho… ¿a partir de qué cantidad haríamos cualquier cosa? Seguía a mi tío por un camino incierto. De mentiras. Muertes. Y engaños. No era mi mundo. Era sólo un turista que sacaba fotos asombrado. Un blanco fácil. Un gorrión. Un pelele. Lo único que esperaba es que Mía no me haya visto así, si alguien debía salvarla de esta trama era yo. No había otro. Pero para eso debía obtener más información de lo que estaba ocurriendo. En definitiva debía escribir sobre eso y era el que menos sabía de todo. Los hechos explotaban en mis narices sin saber por qué. O me ponían al día o corría por mi cuenta. Así o nada.

Adolfo se detuvo en una pared cerca de otra esquina, tomaba aire como a borbotones, su pecho latía como fuelle exigido, me acerqué y aproveché el momento.

_ ¿Cuál es la carga? ¿Qué es tan importante?

No me contestó. Agarró mi pecho arrugando la remera que llevaba puesta, y me empujó a seguir avanzando. Lo agarré entre mis brazos al pensar que se caía, pero sólo tambaleaba. No llegaríamos muy lejos así.

_ Adolfo, dame una dirección que pido un taxi. Si no vamos a mi casa.

_ Tu casa no… debe estar rodeada ya. Otro lugar… que no conozcan…

Su voz era ronca y gutural, transpiraba y parecía volar de fiebre… yo igual arremetí.

_Decíme cuál es la carga al menos, yo te llevo a un lugar seguro, pero decíme qué es tan importante… dale, Adolfo…

_ Estoy en tus manos, dejame en un lugar seguro… hasta que mejore…

_ Sí, sí… yo te llevo, no hay problema, pero todos estos riesgos algo valen no… cómo voy a lograr mi trabajo si no sé nada, ya es momento de largar esos secretos… vos das y yo doy, es así la cosa… Adolfo, es simple, largas la cinta y yo te escondo donde nadie nos va a encontrar. ¿Qué es lo que busca Legión?

Me miró con sus ojos grandes y abiertos, frunció las cejas como para darle cordura a lo que iba a decir, carraspeó la garganta y al fin lo gritó:

_ ¡Al mesías! Al nuevo mesías… locura o no…están buscando eso.

¿Mesías? Aquel que trae el mensaje de Dios, su palabra, su espíritu.

Me sentí mareado. Un mesías empeoraba las cosas. Las religiones siempre empeoraban las cosas. Lo único que le faltaba a este carnaval era Dios, ahí estábamos, bailando enmascarados sin saber quién es quién. Y que quieren todos. Apoyé a Adolfo contra una pared para que descanse. Miré hacia el cielo que atardecía e insulté a todos mis ancestros. Mi tío bajó la voz, y dijo:

_ A mí también me pareció raro… pero parece que va en serio…

Y así fue como todo fue empeorando para mí. Vivir la historia es vivir la muerte. No hay más que eso.




Continuará…



 
 
 

Bình luận


SEARCH BY TAGS
FEATURED POSTS
ARCHIVE
bottom of page