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EPISODIO DIEZ

Me señalaba como si yo fuese el culpable de todo, sus ojos irritados, rojos, infectados de cólera, cólera de la cual yo era depositario. Al parecer había cambiado de categoría, de ser un acompañante ignoto, ahora era alguien, no sabía bien quién pero alguien en fin. Silvani gritaba alertando a todos. Busqué si había algún hombre de Legión próximo. Pero veía sólo humo. Adolfo exigido por la situación sacó otra latita de su bolsito negro, se llevó un pañuelo a la boca y activó la segunda lata. La arrojó como si nada, la lata giró por la vereda, bajó el cordón, y una vez en la calle empezó a largar más humo, no la vi, sólo la escuché rebotar, clank, clank, y pffffffffffff!!. Una nueva oleada enceguecía el lugar, nadie lo esperaba, llegando oportunamente, así nosotros podríamos alejarnos del lugar. Cuando digo nosotros me refiero a mi tío y a mí. A pesar de esos momentos tan tirantes vividos no me quedaba otra que seguirlo. Me sujetó de los brazos y me tiró con fuerza. Me dejé llevar, el humo me irritaba la respiración, mi cuerpo flotaba, yo no estaba ahí, estaba lejos. Sólo veía humo. O sólo quería ver eso. A pesar de todo, sentía el brazo de Adolfo guiándome hacia otro lado, fuera de ahí me reconfortaba, en definitiva, era mi perro guardián, él era el responsable de sumergirme en ésto, pero también dependía de él para sobrevivir. Estaba ingresando en un mundo que no era el mío, otras reglas, otras consecuencias, todo lo que había aprendido del mundo aquí sólo eran dibujos con crayón en una pizarra húmeda. Me dejé llevar por el impulso. Silvani me había gritado a mí. Algo que no llegué a entender bien, algo de falso, y algo de escriba, ¿qué significaba eso? No tenía idea. Por lo pronto, huir, desparecer como humo en el humo. La nada desapareciendo en la nada. Así funcionaba todo en este lado de la realidad, los hechos arrimándose unos sobre otros. Las consecuencias todos las vemos, pero las causantes duermen en un campo de humo, donde nadie las ve, nadie les reprocha nada, suya es la historia, suyos son los hechos. Nuestros actos forman parte de un entramado cotidiano al cual no prestamos atención pero que inevitablemente forman parte de la complejidad de ser. Vivir. Hasta morir. Es todo. ¿Podemos evitar cada decisión fallida? Amar sin ser amado es como pagar un crimen que no se cometió. Sí, y la sentencia es cotidiana. No hay manera de evitarlo. Estamos ahí parados. Recordando cada hecho como si fuera un caramelo prohibido que comemos a escondidas. Digo esto para aclarar que me veía impulsado pero a su vez no dejaba de pensar en lo que se había transformado mi vida, la mujer que amaba se había ido a tiempo, antes que concluyera el naufragio, la vi nadar hasta un bote salvavidas, y nada hice al respecto. Porque cuando uno se vuelve un impedimento del otro no hay otra que dar un paso al costado. ¿Para qué retenerla en una bolsa de plástico? La necesitaba, ella hubiera evitado que me involucre en esto. Estaría llevando una vida normal. Donde ella era la que marcaba el ritmo de las cosas, yo sólo debía acompañar, ¿por qué? Porque yo todo lo comprendía, era quien se amoldaba a cada cambio, a cada cachetazo emocional, en definitiva todo terminaba en un silencio absoluto, eso es lo que más duele, volverse extraños, volverse de nuevo indefensos unos del otro, ajenos. Especies que se toleran a lo lejos, pero que si se tuvieran cerca se destruyen. ¿Se podía amar a alguien por siempre? En ese momento deseaba que no. Entonces, cuando uno estaba en situaciones de mierda terminaba añorando aquello que uno olvidó lo mal que nos hacía. Es irónico, reímos de amor y lloramos de amor, sentimos que estamos vivos, y rogamos morir. Por vos me corto un brazo. ¿Y que haría ella con un brazo? Rascarse la espalda, usarlo para alcanzar la tele cuando no se encuentra el control remoto, abanicarse o darse bofetadas con ella. No eran cosas nuevas. ¿Con qué motivo le ofrecía mi brazo? ¿Para qué? ¿Qué quería probar con eso? Con un serrucho me desmayo apenas iniciada la operación. ¿A qué carnicero podía convencer de que necesitaba arrancarme un brazo? Uno barato seguro que no. Así que todo quedaría en la nada. Por eso me dejó. Ni siquiera tenía como para demostrarle de lo que era capaz. Y por eso, ahora no me quedaba otra que correr.

_ Yo me rajo.

_ No te alejes, todavía te tengo a punto.

Silvani gritaba y los camilleros se cubrieron la cara con sus brazos cuando vieron que una nueva oleada de humo se les venía encima.

Comencé a correr, la verdad, apenas si veía por donde iba, Adolfo parecía seguir a mi lado, escuchaba sus pasos pesados, como un búfalo, de pronto una sombra se abalanzó sobre él y lo tiró hacia un costado, al parecer contra una pared, escuché los cuerpos chocar contra ella en un chasquido apagado. Luego otra figura apenas tenue entre el humo y golpes, muchos, algo que se quebraba, un grito apagado, como si una acción no le permitiese liberarse, y luego sí, mi tío emergiendo como coloso heroico, me sujeta del cuello con fuerza y me obliga a avanzar. Seguimos camino. Buscando llegar al próximo nivel del juego. Como todo, cuanto más arriba mejor. Éramos nada, a menos claro, que algo que compáramos nos diferencie del otro. El clásico juego del yo puedo vos no. Ahí se encierra la clave del mundo. Pero a veces, cuando se cree que ya nada hará volvernos a la vida, conocemos a una mujer y ésta, hace que todo problema no sea más que un detalle de la vida. Hay hombres que piensan que una mujer puede salvarte la vida. Y un buen auto para poder conseguir a esa mujer también puede hacerlo. En definitiva, los hechos iban a empeorar, eso era una fija. Pero el destino hace brotar agua cristalina en medio de las rocas. Otra vez me adelanto, es que necesito volver a ella, a los pocos momentos que estuvimos juntos. Antes de que muera debo volver a revivirla, que doña esqueleto espere a que termine de contar mi historia, la muy impaciente perra y su guadaña oxidada. Está cerca, escucho sus pasos que resuenan como golpes de martillo en una gran catedral. ¿La escuchaba reír? No, murmura algo que no logro entender. Lo repite una y otra vez. Hija de puta, dame algo de tiempo.

Nos alejamos a prisa del lugar, los espectadores más apartados del evento se ven obligados a retroceder un poco más ya que esa nueva oleada de gas se venía con todo. Se escuchaban tosidas y arcadas, si respiraba un poco más de eso yo sería el próximo en vomitar los pulmones sobre la vereda.

Mas policías llegaban a toda velocidad, como si esto fuera el campeonato interprovincial de pizza libre. Humo, armas, y gente ansiosa por disparar, esto se estaba volviendo un lugar más que peligroso. Mucho más sabiendo que los posibles blancos de esos disparos íbamos a ser nosotros.

_ Tranquilo pibe, confiá en mí, ya vas a saber más sobre esta tramoya…- Adolfo daba grandes zancadas y jadeaba como un camello arrastrando una montaña.

_ ¿Silvani me gritó a mí no?

_ Así parece.

_ ¿Y qué me dijo?

_ No entendí bien…

_ Falso escriba, eso fue lo que gritó.

_ ¿Si escuchaste para que preguntás?

_ Quería comprobar si ibas a seguir haciéndote el boludo, veo que sí.

_ Pará, está bien, pero dame tiempo para explicar… no quiero que todo de golpe te paralice.

_ Mirá que yo no soy ningún cagón, sino ya me hubiese rajado.

Me sentí herido. Quería hacerle creer que si seguía adelante era sólo porque a mí me convenía.

_ No está mal sentir miedo, hay situaciones donde el miedo es buen consejero, y a veces, hasta llega a salvarte la vida.

Giramos otra esquina, y al llegar a un largo paredón blanco se apoyó en él, metió la mano dentro de su saco, a la altura de sus costillas, y la sacó ensangrentada. Escupió espuma contra el suelo y refunfuñó:

_ Uno de los legionarios me clavó algo…

_ ¿Estás bien? ¿Y ahora?

_ No es nada, lo único es que tengo que detenerme un poco, limpiarme, arreglar un poco esto, cocer tal vez…

_ ¿Un hospital?

_ Ni loco, es una pavada nomás, así que sólo iremos a la casa de alguien que conozco… es cerca.

_ ¿De quién?

Me miró fijamente, de arriba hacia abajo, como tratando de calcular el futuro a través de mi estampa. Respiró profundo y al final largó el nombre.

_ Vamos a la casa de Mía.

El universo se detuvo en ese nombre. Mía. Todavía no la conocía pero juro por lo más sagrado que sentí una pequeña descarga eléctrica en la nuca.

_ Mía.- Repetí.- Mía.




Continuará…


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