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EPISODIO SEIS

Me acurruqué detrás de Adolfo como lo hace un pollito con su madre gallina. Y avanzamos por la vereda lentamente. Me miró de reojo y largó entre dientes:

_ No seas boludo, yo me agacho porque me conoce, caminá bien carajo y fijate si lleva custodia.

Volví a mi posición de homo herectus. El tipo que seguíamos caminaba como si nada. Esquivando gente ajena a todo. Menos a las compras. Al parecer, nadie con aspecto de gorila lo seguía.

_ Creo que no…-Murmuré.- va solo.

_ Cruzá la calle y seguilo sin que lo note, ni lejos ni cerca.

_ ¿Y después?

_ Ya lo tenemos, obedecé y cállate la boca. Ya vas a ver…

Bandeé hacia la derecha y crucé la calle, un colectivo me pasó tan cerca que fue imposible para mi leer la publicidad que llevaba al costado. Solo pude distinguir una cara sonriente, como en toda publicidad. Me detuve. Pasó una camioneta 4x4 y avancé a paso ligero. Una vez en la vereda busque con la mirada al objetivo. Ahí iba como si nada. Lo tenía en la mira. ¿Y ahora?

Nunca en mi vida había perseguido a nadie.

Mis malditos recuerdos me decían que eso era una mentira. Siglos atrás, estaba yo en la primaria y había una compañera de grado que me gustaba mucho. Pero no sabía cómo acercarme. Ella se sentaba en el primer banco y respondía cada pregunta de la maestra. Yo me sentaba en el último y apenas si podía memorizar la tabla del tres. Cada vez que intentaba acercarme tenía un enjambre de abanderados a su alrededor. Así que implementé una táctica espía y cada día la seguí hasta su casa. No fue muy efectiva porque un buen día se detuvo frente a mí y me increpó:

_ ¿A dónde vas? Hace unos días que te veo por esta calle. Siguiéndome.

_ Voy a lo de un primo…- No me puse colorado, sino violeta.- por acá derecho.

Sonrió sin piedad.

_ No mientas, ¿ves esas ventanas? Son de mi habitación, y cada vez que llego a mi casa pegás media vuelta y volvés por donde viniste.

Era un niño y estaba al descubierto por primera vez ante una mujer. Digamos que era mi primera experiencia como hombre y debía resolverla lo antes posible. Salí corriendo. Por suerte ella si era lo suficientemente madura para su edad y nunca lo contó en el colegio.

Enderecé mi espalda para parecer más grande. Mi vieja siempre decía que no camine jorobado. Porque daba una mala imagen. Si caminaba derecho tendría un futuro mejor. Estaba a unos tres metros del hombre de traje gris. Giré mi cabeza hacia la vereda de enfrente y ya no pude localizar a mi tío. El pulso me corría a una velocidad casi peligrosa. Por atrás al parecer nadie venía. Sólo mujeres con paquetes grandes y perros chiquitos. Apuré el paso disimuladamente, mientras pensaba en la tortilla que no iba a comer. Casi llegábamos a la esquina cuando el hombre entró en un estacionamiento. Busqué a Adolfo otra vez a ver si aparecía. Como no lo ví me quedé parado en la vereda. Total el tipo tendría que salir por ahí, además había una garita con un guardia que seguramente me impediría pasar.

Metí mis manos en los bolsillos y dí media vuelta. De mi tío nada. Salió un Mercedes. Me estaba impacientando porque no sabía qué hacer. Definitivamente no estaba hecho para esto. Ya se verá más adelante. Sino no hubiese terminado así. Desangrando como un cerdo de fin año. ¿Qué diferencia había? Ninguno había hecho algo importante. Al menos el cerdo alegraría alguna mesa festiva. Yo derecho a la morgue hasta que alguien me reconozca. ¿Quién sería el afortunado? Lamento no haber escrito mi propio discurso de despedida. Podría insultarme tranquilamente. Nadie iba a hacerlo, al menos en público. Yo tenía todo el derecho de enumerar en mi adiós que tan estúpido fui. No sólo los últimos días. Desde que tengo razón lo único que me importó era mi persona. Antes de abandonarme, Mónica me había pedido una sola razón para no hacerlo. Yo sólo encendí la televisión, la miré a los ojos, y nada.

De pronto un BMW salió lentamente, su conductor me miró con los ojos entrecerrados y furiosos. Era el hombre de Legión.

_ Da la vuelta y subí del lado del acompañante.- Escuché la voz de Adolfo que provenía desde el interior del auto. Que a pesar de su tamaño iba acurrucado en el asiento trasero y con un arma apoyada sobre las costillas de su conductor.

Di la vuelta por delante y entré. Cerré la puerta con cuidado.

_ ¿Este cachorro es tuyo Dogo? – Preguntó a mi tío mientras me miraba como una hiena miraría a un pequeño bebé panda.

_ No es necesario ninguna presentación. Arrancá que tenemos que hablar, vos y yo.

El auto alemán avanzó por la avenida.

_ Dogo, estás haciendo cagada… no tenés idea donde te metés.

_ Entonces aclarame.

_ Sabés que no puedo hacerlo. Son las reglas, vos harías lo mismo.

_ Es verdad.

Luego estiró el brazo con el que sostenía el arma hacia atrás y le dio un fuerte golpe en la cara, como argumento era más que válido. El auto corcoveó hacia un costado encerrando a otro que largó un soneto de bocinazos.

_ Vas a tener que pegarme mucho. Y después más vale que se escondan muy lejos.- Lo dijo mirándome fijo a los ojos. Seguramente quería asustarme, y lo estaba logrando.

_ Si llegué hasta vos podrás conjeturar que sé demasiado.

_ Dogo, estamos todos bajo el mismo paraguas, sabemos cada movimiento tuyo.

Lo más raro de toda la situación era sentir el grado de familiaridad con que se hablaba, una mezcla entre te conozco de siempre y porque te conozco desconfío.

_ Sé lo de Castro, lo hicieron mierda porque algo descubrió.- Largó mi tío, como quien larga una tos. Me miró, y supongo que al ver mi cara habrá notado todo mi desconcierto.- Castro es el del galpón, el que mataron a palos. Al igual que a mí lo contrataron para una búsqueda, alguien muy importante dentro del radio del poder y la influencia… aunque no lo nombre vos sabés de quién hablo… pero sé que no importa su ausencia, sinó lo que ella significa… hay un vacío que se ha tragado dos personas ya. Como verás. No me cuesta atar cabos, al menos no los que tus hombres dejan sueltos. Puedo leer a corriente. Por eso soy yo el que lleva el arma. El mundo de los murmullos se vió alterado por la búsqueda que ustedes comenzaron, … en la calle se dice que si Legion busca algo con tanto énfasis, afortunado es el que lo encuentre. O no… ¿puede costarle mucho? ¿Es así? ¿Puede costarle la vida? Castro me dijo que había encontrado la verdad.

_ Dogo, no hablés locuras, nosotros nada tenemos que ver con la verdad… sólo somos soldados que servimos a una idea, un concepto, que ni siquiera sabemos cuál es. Pero no importa mientras la paga sea buena, y a veces ni eso importa. Hacemos nuestro trabajo. No fallamos. Y luego desaparecemos. ¿Cuántas veces hemos cambiado el curso de la historia? ¿No lo pensás a veces? Cada vez que torcimos las cosas con nuestra intervención… ¿Panamá? ¿Colombia? Aquí mismo sin ir más lejos… bueno, ésto es mucho más complejo.

_ Para que sepas – Contestó Adolfo.-, esas cosas que decís no me convencen Silvani. Fuiste soldado, policía. Custodio. Pistolero. Y ahora… ¿Qué sos?

_ Ahora soy un corregidor Dogo, enderezamos la historia, me costó entender pero acá me estoy, dispuesto a todo por este cambio… ¿quieren detenerlo? Imposible. Somos una gran fuerza. ¿Y este pibe quién es?

El pibe en cuestión era yo. La charla se daba con la atmósfera pausada, el tiempo no transcurría. Pensaba en como escribiría esto. El hombre de Legión expresaba una seguridad y tranquilidad que asustaba.

_ Pude hablar con Castro antes que lo mataran, el pobre sabía que le esperaba la muerte. Estaba muy asustado. Me dijo varias cosas antes. Las pude constatar. Ustedes le encargaron su último trabajo. Pero algo descubrió. Y voy a averiguarlo.

_ No creas.- Silvani habló con voz fría y seca. - llegaron los muchachos.

Entonces me dí cuenta. Detrás nuestro, bien pegados nos escoltaban dos móviles de Legión. Llevaban luces en el techo y todo. Busqué la mirada de Adolfo pero este con un gesto me hizo girar la cabeza hacia el frente y veo un tercer móvil que se ubica justo delante de nosotros.

Me pegué al asiento y me agarre fuerte de la puerta.

Adolfo sólo dijo:

_ Preparáte que vamos a hacer mucho ruido…




Continuará…

 
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