EPISODIO CUATRO
Mientras las llamas subían por el inerte cuerpo nos alejamos, tratando de que el olor no nos invadiera y tener que llevarlo puesto todo el día. La muerte es el único aroma que no se va con un baño. Te sigue en la piel y dentro de tu cabeza. Cuando cerrás cada noche los ojos, y cuando te mirás al espejo cada mañana. ¿Cuánto te queda? ¿Y si sin saberlo este es el último día? Afeitarse se vuelve un ritual de despedida. Lavarse. Hacer espuma. Que suavemente la hoja recorra la piel. No producir cortes. Que el rostro se vuelva algo presentable. Que la sociedad lo acepte. La normalidad. Triste. Aburrida. Previsible. La higiénica normalidad. Normalidad a crédito en bajas cuotas y sin adelanto. Llevamos un número encima desde que nacemos. Y ese mismo número se va con nosotros. Y nos dice que sólo somos uno entre otros millones de unos, de nadies, que esperan de la vida algo que posiblemente no sea cierto. ¿Vale la pena darse cuenta?
_ Adolfo… me quiero ir…
_ Juan, no te preocupes, para cuando lo encuentren va estar irreconocible, el combustible que le tiré fue diseñado para eso. Va arder un rato largo, sin mucho humo, pero con olor eso sí, van a putear en todo el barrio.
_ Lo entregaste para que lo mataran. Era tu amigo.
_ No era mi amigo.
_ Te movés en su auto.
_ ¿Por qué mierda mencionas ese auto a cada rato? Lo uso sí, y él no lo va a usar más, no veo el problema… mirá, te advertí, ésto no era fácil. Te ofrecí ser parte de la historia, si tenés dudas ya es tarde. Seguramente nos están observando así como nosotros observamos a ellos. Si te dejo en tu casa quién sabe… ¿tenés un arma? Puedo conseguirte una.
_No jodas.
_No jodo, es en serio, subiste al barco, si bajás, te dejo en el medio del océano solo… y rodeado de tiburones.
Guardé unos segundos de silencio ¿Si esto empezaba así que me deparaban los acontecimientos futuros? El final ya lo sabemos. En ese momento suspiré profundo. Lo miré fijo. Quería hacerle entender que yo no era ningún boludo y no me tenía en un puño, si quería abandonarlo en su aventura contra los engranajes del mundo lo dejaba ahí sin dudarlo. Seguía porque la verdad es el mejor anzuelo que existe, aunque sea una mentira. A veces corremos detrás de algo que creemos indispensable para que nuestra existencia continúe, por lo menos que continúe por un sendero que a nosotros nos signifique algo importante, y como dije anteriormente, aunque ese algo sea una mentira. Me encontraba en un momento delicado, me había abandonado la mujer que amaba y yo no había sido capaz de pedirle que se quedara. ¿Qué tenía para darle? Lo que yo era se lo había dado todo, sólo me restaba fingir. Y en ese momento el olor a humano en descomposición y llamas arremetía contra mis fosas nasales. Mucho no había mejorado mi situación.
_Vamos a terminar presos.- Lo dije seguro de ello.
_ Eso no es lo peor que puede pasarnos, de ultima escribís un libro contando la vida en la cárcel donde cada mañana te despertás en una cama distinta, y abrazado a un preso distinto.
_ Odio esa forma que tenés de llevarme de las narices como si nada… contame todo de una vez y listo.
Cerró su computadora espía y se la calzó debajo del brazo. Caminó hacia la salida.
_ No puedo sobrino, hay cosas que todavía desconozco, e intuyo descubriremos juntos. Otras las estás viendo ahora, no te desconcentres que tu trabajo ya comenzó. ¿No anotás nada en la libreta?
_ ¿Qué querés que anote? ¿La dirección de este galpón? ¿Cómo incendiamos a un pobre hombre asesinado?
Casi llegábamos a la puerta de salida, me sujetó de los hombros con sus brazos y me dijo:
_ ¿Pobre hombre? Ésto entendélo bien, nadie es inocente en esta trama, ni siquiera yo, y a partir de hora vos tampoco.
_ ¿Cómo empezó esto?
_ Todo fue una puta casualidad. Como ya te dije me contrataron para encontrar a este hombre.
_ Un viejo conocido tuyo… ¿no?
_ Era uno de esos hombres que casi no tiene identidad, trabaja a la sombra de los hechos, uno nunca llega a conocer bien a esas personas.
El cadáver crujía mientras el fuego hacía su trabajo lentamente. Lo miré y para decir verdad no parecía un cadáver, sólo era un gran fogón que en su bramar eliminaba cada huella. El rastro muerto de la vida de un hombre se convertía en cenizas.
_ Todo fue casualidad. Una puta casualidad que nos condenará de por vida.
_ Es bueno saber eso… que estamos condenados, que ahí hay un muerto ardiendo, que ahora nos vamos como si nada… cosas que uno hace comúnmente todos los días. ¿Qué te puedo decir? ¿Qué me estoy aburriendo? No, que va, no me divertía tanto desde mi primera comunión.
_Te lo dije, esto no es una boludez. Arriesgamos todo. ¿Querés tu libro o no? Vos todavía no tomaste dimensión de lo que vas a vivir. Te digo que vamos a entrar por la fuerza a la maquinaria de la historia. Vos, así como te ves, con esa cara de miedo, vas a contar la verdad, y la verdad perdura por años.
Eso no era así.
_ No, no, no eso no es así… es la mentira la que perdura en el tiempo.
_ Eso mismo, ¿no estás cansado que sea así? ¿no sentís que sos un estúpido que para lo único que sirve es para nada?¿ que lo único que pide el mundo de vos es que pagues tus impuestos, que prolongues la especie y por supuesto la tarjeta de crédito, fin absoluto del hombre? ¿Nos vamos de una vez?
_ Si, por favor, quiero irme de acá.
No quisiera mentir, no me sentía el héroe oculto que luego de superar las primeras contrariedades sale victorioso, triunfador. No pensaba eso. Me asustaba un poco la imagen de la grabación. Los golpes. No quería morir así. Una muerte violenta me aterraba.
Salimos del galpón. El barrio seguía tal cual lo habíamos dejado. Nada por aquí, y nada por allá. La novela de la tarde continuaba su curso. Nadie sospechaba nada de nada.
Subimos a ese auto de nuevo. Miré hacia atrás por el parabrisas. La tarde caía como un manto agradable, los arboles eran correctamente verdes. El cielo apenas salpicado por unos copos blancos. Dos aves que lo navegan remando en forma pareja y coordinada. Rebosante de vida un niño grita entre risas el nombre de otro niño que le hacía monigoteadas desde de la ventana de su casa, pulcra y armoniosa casa. El mundo era terriblemente cruel.
_ ¿Qué mirás? No te persigas. Eso no es bueno.
Puso en marcha el motor. Me sentía como un paciente que abre bien grande la boca para que el dentista se ensañe con una de sus muelas y el dolor era enorme, pero no quedaba otra. Aunque no quería admitirlo la historia ya era mía. ¿Usaría primera o tercera persona? ¿Sería yo u otro yo? Si me quedaba tenía que hacer las cosas bien. Debía describir. Aclarar. Demostrar. Por más que el incierto final acechara como un tiburón con hambre debía seguir, sólo tenía que importarme el momento y mi voz, mis palabras, mi manera de darle forma al mundo. No tenía que olvidar eso, aunque sea peligroso, cruel, grotesco, gracioso, o insensato. Ahora debía dejar todo lo que había vivido hasta ese momento. No era sobre la manipulación de la historia. Era sobre mí. La reivindicación del héroe. El inútil. El olvidado. Por fin sería una razón. Eso importaba. Eso me hacía sentir vivo en ese momento. Aunque llevara a mi muerte. A veces, creemos en una mentira sólo por conveniencia. Aceptamos en silencio porque no vale la pena gritar. Nos mordemos los puños por otros futuros. Y reímos, cuando acontece un triste presente que anticipábamos. Nos engañamos con revanchas que nunca existirán. La derrota constante nos habla cariñosamente. Y nos hace aceptar. Pero, a veces, sólo a veces, se agrieta la pared de lo cotidiano. Una diminuta rasgadura en el telón. Generalmente es tan pequeña que atravesarla es todo un tema. Sólo algunos. Sólo pocos.
_ Adolfo, está bien, acepto, pero sólo necesito que me aclares por lo menos todo lo que sepas.
_ Lo que crea necesario.
_ Y cómo vas a pretender que haga bien mi trabajo.
_ Es así como vas a hacer bien tu trabajo. Escribiendo sólo lo que acontece ante tus ojos, lo demás nada es confiable, vamos a movernos en terrenos inciertos. Esta historia, tu historia, es lo único que importará cuando ya no estemos.
_ Cuando ya no estemos, parece el nombre de un tango.
_ Es más serio que un tango.
_ ¿Cuál es el siguiente paso entonces?
_ Primero desaparecer este auto.
_ ¿Y después?
_ Comer algo.
Ver asar un cuerpo humano ante mis narices digamos que no me abría mucho el apetito. Comenzó a explicarme algunas cosas, otras las complejizó. En definitiva no se avanzaba mucho. Al menos para mí. Condujo hasta chocar con las vías del tren, luego giró y avanzó por una calle lateral pegada a ellas. Era angosta. El auto demasiado grande. Llegamos hasta una cruzada que terminaba en un descampado, al fondo se veía una quema. Los pájaros carroñeros se zambullían en la basura esquivando a las personas que compartían sus costumbres. Columnas de humo. Un arroyo negro cruzaba gracias a un tubo por debajo de las vías.
_ Bajemos.- Ordenó.
Bajamos.
_ ¿Lo vas a prender fuego?
_ No, lo dejamos acá. Así como está.
_ ¿No te preocupa que lo encuentren?
_ No.
Caminó hasta la parte trasera del auto y sacó un pequeño bolso negro del baúl.
Tal vez debía borrar mis huellas dactilares. Lo pensé en serio.
Abrió el pequeño bolso. Apareció en su mano un billete de cien dólares. Verde como cualquier otro dólar cualquiera. Lo dejó en el parabrisas delantero atrapado con la escobilla del limpiaparabrisas.
_ Listo, vamos. Este auto en menos de una hora no existe más.
Caminamos de vuelta hacia la urbanidad. Donde tomamos un taxi.
Adolfo parecía sereno. ¿Llevaría algún arma encima? Yo no tenía ni una navaja.
_ ¿Lo dijiste en serio?
_ ¿Qué cosa?- Contestó mientras miraba por la ventana, luego giró su cabeza hacia mí.
_ Lo de si tenía un arma.
Hablé bien bajito para no asustar al taxista.
_ Si, lo dije en serio.
_ No, no tengo.- Contesté.
_ ¿Qué cosa?
_ Armas, no tengo ninguna.
Dejé pasar unos cuantos segundos en silencio. Luego lo rompí.
_ ¿Y vos tenés?
_ ¿Qué cosa?
_ Un arma, tío, un arma.
_ Si. No voy a ningún lado sin ella.
_ Me lo imaginé. ¿Tenés permiso para portar?
_ Varios. ¿Te preocupa?
La preocupación no era un rasgo que caracterizaba mi vida. Pero las cosas habían cambiado. Debía preocuparme. Y rajar inmediatamente lo más lejos posible de mi tío Adolfo.
_ No, para nada. ¿No crees que debería llevar algo yo? No sé… aunque sea un gas mostaza.
_ Gas pimienta boludo, gas mostaza usaban en la primera guerra.
_ Lo que sea, ¿no debería poder defenderme?
_ ¿De quién?
_ De los tipos del video, los locos del bastón.
_ ¿Vos querés enfrentarte a esos tipos armado con un frasquito de gas pimienta?
_ Pareciera que algo de todo esto te divierte.
_ Así es. Llegamos.
Pagó el viaje. Estábamos sobre una avenida importante llena de lugares importantes. Caminamos media cuadra y entramos a un importante restorán. Pidió una mesa junto a una ventana. Allí nos ubicaron. La carta era en cuero negra. Los precios no eran propios de mi bolsillo.
_ Dale pedí con ganas. ¿No tenés hambre?
_ Más o menos. ¿No conocías otro lugar más caro?
_ La comida que sirvan me importa poco. Me interesa si el paisaje que se ve desde esta ventana.
Miré. Y entendí todo.
Del otro lado de la avenida se levantaba un edificio con su fachada recubierta con vidrios espejados, y en letras doradas se podía leer claramente a quién pertenecía.
Legión Seguridad Privada.
Continuará…