EPISODIO TRES
No me impresionan los cadáveres. Trabajaba con ellos, pero sólo en su despedida, en la funeraria de mi amigo Santiago. Hablaba con algún miembro de su familia y escribía esas palabras que los vivos que estaban presentes nunca olvidarían. Me calzaba un traje oscuro y despedía a un ser querido que en realidad no conocía. Ví de todo, desde esposas que lo único que lamentaban era el precio del ritual, hasta hijos que con lágrimas en los ojos lamentaban no haberle dicho al difunto o difunta cuanto lo querían u odiaban. Pero era tarde. Por más que resaltara yo las cualidades del ahora cadáver, nunca iba a saberlo, por eso la muerte es el final, nada de lo que pase en el mundo de los vivos los afecta. Salvo, por supuesto, la voracidad de los gusanos. Y hacia ahí voy. A la nada. Todo lo que viví será una trivial anécdota que algunos contarán, y luego de unos años al olvido. Debemos asumir que lo importante está desde que nacemos hasta que morimos. Cada segundo vale oro. Sólo que no lo sabemos. Daría lo que sea por un día más. No sólo para contarles a todos ese plan que se está llevando a cabo para manipular a la humanidad como si fueran fichas de plástico, sino para recorrer cada emoción que me mantuvo vivo hasta ahora. No reniego de mi destino. Sólo quiero tiempo para prepararme para la partida. Tratar de racionalizar mi existencia. Revivir cada buen momento. Y los malos también, porque nos enseñan sobre nosotros aún más que los buenos, porque con viento a favor es fácil navegar. Uno se llega a reconocer solamente cuando está solo. Cuando la noche que cae es un bosque siniestro lleno de espectros. Cuando los recuerdos que más lastiman aparecen de prepo y nos baten a duelo. Y peleamos con ellos uno tras otro, uno tras otro. Como si ese ejército de adversidades no culminara nunca.
Pero estaba en ese galpón. Un cadáver me daba la espalda. Si así empezaba todo seguro que habría problemas.
_ Adolfo, ahora sí tengo miedo.
_ No te preocupes, yo te explico todo y en un rato nos vamos de acá.
_ ¿No tendríamos que llamar a alguien?
_ ¿A quién?
_ Que se yo… ¿a la policía?
_ Juan, si recurrí a vos para que me acompañes es por dos cosas, una porque no confío en otra persona. Y dos es muy temprano para sacar a la luz todo esto. Tenemos que llegar hasta la raíz. Para ser más efectivos a la hora de desbaratar esta infamia.
_ Entonces empezá a contarme…
Caminamos hacia el muerto, mientras, Adolfo comenzó a introducirme en la historia.
_ Hace tan sólo unos días me contrataron para encontrar a una persona que inexplicablemente había desaparecido de un día para otro. Me contactaron a mí porque lo conocía, y eso implicaba una ganancia de tiempo a la hora de comenzar. Saber con quién se relaciona, donde se mueve, cuáles son sus impulsos, ofrecen una visión más certera sobre lo que se busca y como encontrarlo. Todo indicaba un autohecho. La voluntad de desaparecer.
_ Un autosecuestro.
_ No, autosecuestro no porque no había pedido de rescate alguno.
_ A ver si entendí… a vos te contratan para encontrar a un tipo que desaparece, no es un secuestro, ni autosecuestro, ni nada, el tipo en cuestión desaparece por propia voluntad.
_ Exactamente.
_ Y deduzco que ese tipo es el finado aquí presente.
_ No hay que ser universitario para darse cuenta, creo yo…
_ No es eso… es que… ¿cómo uno por propia voluntad puede atarse las manos de esa manera por la espalda?… y amordazarse la boca de esa manera tan horrible…¿él logró solo esos golpes en la cara?… sin lugar a dudas este hombre hizo uso de su propia voluntad con demasiado empeño… ¿no?
Tenía fácil una treintena de golpes en la cara, estaba desfigurado. Lo único que lograba identificarse era un poco la nariz y la boca abierta y oscura. Lo demás eran manchas desprolijas. Una pequeña laucha bajó de su pierna y se alejó corriendo mientras nos detuvimos a su lado.
_ Así como lo ves, insignificante, muerto, y todo roto, es nuestra puerta de entrada. Este pobre tipo vivió toda su vida para cobrar relevancia solo después de muerto, sin saberlo nos conducirá a revelar la verdad, aunque creo ya no le importe.
¿Verdad? Cuando la verdad la define un cadáver solo se avecinan más cadáveres. Lo miré serio. Trataba de leer en su mirada que había oculto detrás de su generosa oferta. La oferta era grande. Por lo consiguiente lo que había detrás también. Problemas seguro. Pero llega un momento en la vida que uno hace cualquier cosa con tal de sentirse vivo, bastaba prender la televisión para saber eso.
_ Adolfo, o me aclarás algo o me voy ya mismo, me importa un carajo la plata, el libro, la familia, mi miseria, este cadáver podrido, tu auto, y la misma mierda que lo parió. Acá hay un tipo muerto cagado a palos. ¿La humanidad? Me chupa un huevo. Para eso está Greenpeace, yo quiero pagar mi alquiler, y si lo hago con algo vinculado a los muertos que sea ordinario y común, un cajón, un Ave María, y unas cuantas paladas de tierra encima. ¿Pero qué es ésto? Por Cristo en bolas…
_ Qué discurso de mierda largaste… ¿vos te llamás escritor? Espero hagas algo mejor con lo que veas en breve… sino estamos perdidos. Nos encontramos acá para que los demás se despierten. No ténes idea. Tuviste una vida tan miserable que ahora no asumís la importancia de estar en este lugar. Frente a este cuerpo putrefacto. No te voy a decir nada. Queda en vos descubrir que vamos por el camino acertado de la verdad, pero ese camino no siempre conduce al triunfo, a los ganadores no los eligen por sorteo como en la quiniela, los verdaderos triunfadores la pelean en el campo de batalla que otros preparan, con sus trampas, sus engaños. Hacia allí vamos, y ésto es sólo el comienzo, ahora vengo, voy hasta al auto a buscar algo, para que entiendas mejor… ya vengo…
Se fue por la puerta y me dejó con el muerto. Atado a una silla. Está bien, tampoco tengo que hacerme el inocente. Mi trabajo, la televisión, internet, en fin, la vida cotidiana me creaba un escudo ante tal extravagante situación. En el fondo, muy en el fondo, quería huir. Pero no tener algo por qué hacerlo hizo que me quedara clavado centinela de casi cien kilos de carne muerta.
Volvió Adolfo con dos bidones llenos de un líquido que no logré identificar. Y lo que parecía una carpeta, pero cuando se acercó vi que era una funda de plástico, negra. Lo que trajo era una computadora. Evidentemente nunca tendría que haber dicho que sí. A veces, la vida cotidiana se vuelve una lápida que nos aplasta contra nuestras peores costumbres. Ahí perdemos la posibilidad de ver otro sol, saborear otro vino, que otro viento nos acaricie el pelo. Del hombre de la caverna a nosotros sólo hay un control remoto.
La sacó de la funda y la encendió.
_ Cuando lo encontré en este galpón logré que me contara todo, porqué se escondía, y de qué. Entonces pude ver un poco más allá. Si se ocultaba era porque otra gente también lo buscaba. Y en mi profesión intentar saber más es importante, implementé el viejo truco de la carnada. Lo encontré y lo até a una silla. Y esperé.
Miré el cuerpo desfigurado a golpes. Después, lo miré a él.
_ ¿Vos hiciste eso?
_ No pibe. Pero sé quien lo hizo.
_ Pero lo dejaste acá para que se lo hicieran.
_ Si querés cazar tenés que sacrificar la carnada. Aunque, lo reconozco, no esperaba tanto. Prestá tención…
Encendió su laptop y su sistema operativo ni lo hizo esperar. Mi Windows tardaba una eternidad en arrancar, tanto como tardaba la pija de Bill Gates en pararse.
_ Instalé un circuito cerrado de cámaras, infalible, lleva detectores de movimiento y sólo filma cuando alguien entra al galpón, no te sorprendas, se consiguen en internet, no es tecnología de avanzada.
Hice la pregunta estúpida:
_ ¿Filmaste a los que hicieron esto?
_ Te lo dije, soy bueno en lo que hago.
Puso un Cd en la computadora portátil y se comenzó a ver ese mismo galpón pero desde un ángulo casi lejano, el finado todavía estaba vivo. La imagen era azul y difusa como toda filmación de seguridad. Entraron unos tres hombres y se dirigieron hasta el pobre tipo atado. Uno de ellos parecía gritarle cosas. Otro le pegaba en serio. Luego de varios minutos el tercero le pasó al que le pegaba un bastón negro. De seguridad. Y le dio. En la cabeza. Reiterada veces. Parecía que quería arrancársela del cuello.
_ Filmaste a los tipos que lo mataron.-Dije.
_ Mi olfato no falla… mirá bien…
_ Tío, basta de misterios, contame todo de un vez…
_ Los tres están vestidos iguales.
_ Es cierto, parecen soldados, pantalones marrón, camisa marrón, llevan borceguíes, bastones negros…
_ Pobres tipos, dudo que sepan qué hicieron.
_Asesinaron, eso a nadie le pasa desapercibido.
_ No sobrino, si matas por encargo sin conocer a la víctima no es nada importante. La culpa nace del vínculo. Matar sólo cuerpos es insignificante. Lo aprendí con el tiempo. Pero quiero que observes bien… ¿Qué ves?
_ Gendarmes no son… que sé yo… ¿guardabosques?
_ No seas boludo… seguridad privada, son infradotados que ni siquiera pudieron entrar a la policía. Son capaces de cualquier cosa por un uniforme. Esa gente es la peor, están en el fondo. Sólo obedecen.
Comenzaba a entender el plan, una carnada, se le echan encima. Ahora nosotros estábamos en situación de ventaja. A pesar de todo el peligro que eso implicaba estábamos picando en punta.
_ Empiezo a entender, para mí todo es extraño, pero para vos evidentemente se descubre algo grandioso. ¿Qué es?
Puso pausa a la grabación y me señaló los uniformes de los tres desconocidos.
_ Legión Seguridad Privada.
Pensé en el de la seguridad del mercado chino de la vuelta de mi casa. Pensé en la seguridad que cuida los autos en la casa de velatorios de mi amigo Santiago. Buena gente. Esos tipos pasaban todo el día parados por unos pocos pesos para poder vivir.
_ ¿Seguridad privada? ¿Estos están detrás de ese plan oculto para manipular la humanidad?
Adolfo comenzó a volcar el contenido de los bidones sobre su amigo, el dueño del auto que manejaba.
_ No ellos pibe, alguien les ordena, son sólo soldados. Tal vez debido a su ignorancia sean los mejores. No preguntan. No calculan. No sacan conclusiones.
Tiró los bidones vacíos y encendió un fosforo que arrojó contra las piernas muertas del muerto. Comenzó a arder en llamas.
_ ¿Y ahora?- Pregunté serio, como para demostrar que no me acobardaba.
_ Ahora vamos por ellos…
Continuará…