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EPISODIO DOS

Cuando la propina es grande hasta el santo desconfía. Pero, la solvencia económica es garantía de confianza. Eso es lo que tienen los dichos, se hicieron en una época distinta a esta. En su mayoría, no van con los preceptos capitalistas. Por ende, acepté ese disparatado trabajo, total, que podía perder. Todo lo contrario, podría quizás recuperar de esta forma algo de lo que ya había perdido. La voluntad de seguir es negociable, todo depende del cuánto. No del cuánto se necesite, sino del cuánto se page.

Adolfo aclaró los puntos esenciales, sólo algunos, otros se esclarecerán por sí solos ante el correr de las horas y a medida que aumente el dramatismo hasta desembocar en este estúpido y doloroso final. No preguntó mucho sobre mí y yo no pregunté mucho sobre él. Fue como si ese acontecimiento del cual me hablaba nos unía aún más que ese casual lazo sanguíneo. Y así era, yo no lo supe en ese momento. Ahora es fácil entender ¿Será por la cercanía de la muerte? ¿De qué sirve entonces vivir si uno va entender todo segundos antes del final? Y tal vez tenga que ver con eso. Hacer cosas que sólo se explicarán más adelante, cuando ya es tarde. Cuando sepamos sus consecuencias. Me referí al trabajo profesionalmente. Cómo tenía que escribir, qué estilo, para dónde, asimilar la intencionalidad del otro para conseguir una mejor labor. No fue de mucha ayuda, era tan importante sobre lo que tenía que escribir que primero debía ver con mis propios ojos los hechos. La etapa de la escritura vendría más adelante, primero debía ser testigo, que no me preocupara. Llegado ese momento duplicaría la paga. Ahora sólo debía acompañarlo y ser testigo. Era genial. Qué iluso. ¿Cómo pude creer que algo así no tendría sus riesgos? Porque era mi tío. Claro, pero no tenía ni la más mínima idea con quien estaba tratando. Como para hacerme el importante dije que lo que el pedía se llamaba periodismo gonzo, no solo se escribía sobre los acontecimientos, sino que se era además parte de ellos. ¿Eso iba a pasar? ¿Íbamos a ser protagonistas? Me miró con una extraña cara, medio de satisfacción, pero a su vez sorprendido, como cuando uno acierta, pero de casualidad.

_ Sobrino, no esperé que me entendieras tan rápido, esta vez no vas a escribir sobre otros, vas a escribir sobre nosotros. Y lo que cuentes, va ser de suma importancia para el futuro de la humanidad.

Eso me parecía una exageración, pensé que tal vez quería engancharme entonces me daba manija, y no era necesario, con darme la plata alcanzaba. Escribir para la posteridad dejaba poco dinero, y encima pagaba a largo plazo. Lo que quieran oír, yo lo digo. No me tomé muy en serio la cosa en ese momento. Pero todo cambiaría pronto.

_ No entiendo mucho lo que me pedís, generalmente me encargan el trabajo, me encierro en mi casa con algunas provisiones y listo. A lo sumo junto algunos datos, y nada más.

_ Esto es distinto, vas a tener que acompañarme hacia los hechos. Es tan grande lo que se está concibiendo que es necesario que lo veas, que sepas todo, que lo entiendas, lo que hagas después sólo depende de vos. No creo que sea necesario que tergiverses las cosas. Cuanto más fiel seas a la verdad, más increíble parecerá todo.

_ Bueno, pero podés decirme algo al menos…

_ Mejor no, dejemos que las piezas encajen solas.

Era como la peor novela de espionaje que había leído en vida. Adolfo giraba la cabeza a cada instante mirando la ventana, luego la puerta, y cada mesa del lugar. Como si esperara que de pronto alguien irrumpiera en la escena.

_ ¿Tenés miedo?- Me lo preguntó serio y mirándome los ojos.

Sonreí de costado y dije:

_ No, me estoy meando.

Fui hasta el baño. Era pequeño y sucio. El espejo parecía estar ahí desde antes de la conquista. Apenas si me veía. Por un lado mejor, me estaba cansando de mi. Oriné en silencio y aproveché para pensar un poco, si este tipo no estaría loco. De última si se ponía más extraño lo dejaba colgado. Pero la plata no la devolvía ni en pedo.

Volví a la mesa.

_ Acepto. ¿Cuando empezamos?

_ Mañana mismo, no hay tiempo que perder. Ahora me voy… ¿te tiro en algún lado?

_ No, voy a caminar un poco, hace mucho que no venía por el barrio.

_ ¿Tu vieja y tu hermano se mudaron al interior no?

_ Si hace rato ya, un pueblo de mierda lleno de gente de mierda.

_ Gente de mierda hay en todos lados, si vas a huirle a eso estás frito. Mañana te paso buscar antes del mediodía por tu casa.

_ Te doy la dirección.

_ No hace falta, ya la tengo.

Se fue en su auto grande. Yo caminé unas cuadras en círculo. Toda mi infancia corría por esas cuadras como un fantasma asustado. En esas calles había aprendido esas cosas de niños que te marcan de por vida. Ya de grande uno se da cuenta de la pureza y la inocencia que va dejando en el camino como una piel vieja. Es imperdonable que un chico no tenga una infancia feliz. ¿Porqué a dónde escaparía cuando sea adulto? Como si la nostalgia fuera la mejor de las religiones me paré en la esquina donde había dado mi primer beso. Quise evocar el momento pero estaba tan lejos, en un rincón de los recuerdos tan oscuro y polvoriento que no pude. Ese día había descubierto la boca de una mujer. Su lengua. Sus labios. Su saliva. De ahí en adelante todo fueron problemas. En un almacén compré una lata de cerveza y me senté a tomarla en la vereda. En donde estaba mi casa ahora habían varias. Dúplex. Triplex. Cuatriplex. Al parecer el hombre ya no necesita tanto espacio. Alcanza con la tele y un sillón. Yo soy el ejemplo. Vivo en una ratonera una vida de ratón. Esperando cada minuto toparme con ese sabroso queso que active la trampera y me parta al medio. Y ese día al fin había llegado.

Terminé la cerveza y me fui a casa. Ahí le di vueltas al asunto. Y comenzó intrigarme en serio. Pero seguro no era tan importante como creía mi tío. Sólo tenía que ver. Escuchar. Y escribir. Lo dejaba conforme. Me ganaba unos pesos. Y afrontaba los problemas del mañana. No se podía pedir más.

Me dormí temprano. Y soñé que navegaba con un velero por un mar azul.

Desperté sin rastros del velero ni del mar azul. Tomé un café. Espere que me pasaran a buscar. Antes del mediodía. Y así fue, un minuto antes de las doce me tocan el timbre. Salgo y entro al auto en el que andaba Adolfo.

_ Este auto es más grande que el departamento donde vivo.

_ Si, es cómodo.

_ ¿A dónde vamos ahora?

_ A ver al dueño del auto.

_ Tu amigo.

_ Sí, no precisamente, colega digamos…

_ Una pregunta tío… ¿a qué te dedicas vos?

_ De todo un poco… digamos que me especializo en el área de seguridad, para empresas o gente importante.

_ ¿Y ésto tiene que ver con eso?

_ Más o menos, todo empezó cuando me contrataron para que encuentre a una persona.

_ ¿Y la encontraste?

_Si, soy muy bueno en lo que hago.

_ Te pregunto porque tengo ir juntando datos.

_ Lo sé, por eso te respondo. Pensé que ibas a usar una grabadora, algo de eso.

_ Tengo mi libreta.

Y la saqué de mi bolsillo para que viera mi arrugada herramienta de trabajo.

_ Y esta es mi lapicera.

_Veo.

Me miró como a un bicho raro y largó casi con pena:

_ ¿Vos vivís bien haciendo esto?

_ Y la verdad que no…

_ Me lo imaginaba.

Llegamos al lugar.

Era una especie de galpón. O pequeña fábrica. Ocupaba casi un cuarto de cuadra de frente y su techo era de chapas. Largas y grises. Nos recibió un angosto pasillo que por uno de sus costados daba al interior.

_ ¿Qué es esto? ¿Una fabrica?

_ No sé que haya sido en su momento, ahora es un galpón vacío.

_ ¿Y acá vive tu amigo?

_ Y… vivir es un decir…

Llegamos a la puerta, Adolfo se detuvo, la sujetó, y me dijo:

_ Acá empieza todo. Quiero que entiendas que de ahora en más tu vida no va a ser la misma, lo que descubras a partir de este momento va a modificar tu perspectiva del futuro. No sólo el tuyo. El de todos. Necesito que seas fuerte. Tal vez veamos cosas desagradables pero tenemos que hacerlo. Y que escribas sobre eso, creo que no hay otra salida más que esperar al futuro. La batalla se va a librar hoy. Pero no creo que nosotros veamos el resultado.

Mientras Adolfo me arengaba como si yo fuera parte de su caballería y él, un general del siglo XVIII que llenaba de valor a su gente antes de mandarla a la muerte, traté de ubicarme en el momento. ¿Qué tan serio era lo que me estaba diciendo? Si era verdad eso que me decía estaba ante la oportunidad de mi vida, podría escribir bajo mi nombre sobre algo de suma importancia y tal vez, revolucionara el mercado editorial, tal vez… ahí me detuve. Y entré un poco en razón. Estaba parado frente a lo que parecía un depósito abandonado. Con mi tío Adolfo, prácticamente un desconocido, y justo en ese momento abría la puerta. Dejando ver, obviamente, un amplio galpón vacío que imagino, lleno de ratas.

_ Dale, pasá.

_Vos primero.

Entramos. El techo poseía amplios respiraderos por donde se filtraba la luz, había basura amontonada en las esquinas y en el medio, justo en el medio, un hombre de espalda sentado en una silla. Cuando miro bien veo que tenía las manos atadas por detrás.

_ ¿Este es tu amigo?

_Sí, el dueño del auto.

_ ¿Y por qué no se mueve?

_ Porque lleva varios días muerto.

Sentí el olor. A muerte. A putrefacción. A miedo. Este último, seguro era yo.


Continuará…






















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